Desde hace unos años, el “running” está más en boga que nunca. A las 5, a las 14 o a las 23 horas de cualquier día de la semana, uno puede pasar por las costaneras, plazas o las principales y largas avenidas de distintas localidades, y es muy factible que se encuentre con al menos un runner. Claro, el ejercicio es simple: si tenés media hora libre e indumentaria y zapatillas cómodas, solo te queda avizorar mentalmente un recorrido y ya estás listo para empezar.
Lo masivo que se tornó este deporte, no solo por la facilidad para practicarlo sino también por los beneficios derivados de la actividad física, generó asimismo una fiebre de maratones en las cuales los atletas profesionales compiten entre ellos, pero el resto de los mortales, los corredores amateurs lo hacemos contra nosotros mismos: mejorar los tiempos, arribar con mayor margen, o quizás el desafío sea solamente superar el propio límite y llegar a la meta, pero de cualquier modo, las carreras cuentan con un gran número de inscriptos, a lo que se suma muchas veces el incentivo de llevarse una remera, una medalla o algún presente conmemorativo.
Antes de continuar, vamos a hacer una precisión terminológica. El término “maratón”, en sentido estricto, hace referencia a la carrera cuyo recorrido consta de 42 km con 195 m de distancia, y tiene su origen en un mito griego que relata la hazaña de un soldado en el año 490 a.C., que corrió esa distancia desde la ciudad de Maratón hasta Atenas para anunciar la victoria sobre el ejército persa. Anualmente en el mundo hay una serie de maratones que convocan a cientos e incluso miles de atletas de todo el globo que se plantean el desafío de superarlas. En Argentina, la cita que más corredores atrae es la de Buenos Aires, que se hace en el mes de octubre.
Entonces tenemos maratones, 1/2 maratones, 1/4, etcétera, sin perjuicio de llamarlas a todas por el mismo nombre. Pero por supuesto que también existen carreras de mayor distancia, y a estas se las llama “Ultra”. Y si se lleva a cabo en caminos no pavimentados, generalmente a través del bosque, montañas, arroyos, nieve, etcétera, se las llama “Trail”. Ahora bien, imagínense unir estos dos conceptos en una sola carrera: Ultra Trail Maratón. ¡Solo de pensarlo, ya estoy cansado! La más importante en la provincia de Misiones de esta modalidad, es la Yaboty, que se hace en el mes de septiembre en la localidad de El Soberbio, y cuya última edición constó de un circuito de 80 kilómetros.
La maratón “Yaboty” es por la selva misionera y se hace en un solo día, “El Cruce” une Argentina y Chile a través de la cordillera de Los Andes y tiene más de 100 km de extensión, pero se van haciendo durante tres etapas, “Champa” en las sierras cordobesas, tiene 50 km… pero por más dificultosas que a simple vista parecen (¡que sin duda lo son!), ninguna de ellas ostenta el título de la “más difícil del mundo”. Ok, ¿y qué puede superar estas monstruosidades únicamente aptas para superhombres? Ahora se los voy a contar. Pero primero conozcamos su poco feliz inspiración.
Quizás alguna vez hayan escuchado hablar de James Earl Ray, tristemente célebre por ser el confeso homicida de Martin Luther King Jr, el activista pacífico, inspirado en los preceptos de Gandhi, y rostro más visible de la lucha por el reconocimiento los derechos de las personas de raza negra en los Estados Unidos, en pleno apogeo del extremo racismo del que eran víctimas en la década del ´60. En el año 1977, Ray intentó escapar de la prisión de “Brushy Mountain State”, en el estado de Tennessee, y en 55 horas logró avanzar tan solo 13 kilómetros. Esto hizo que un tal Gary Cantrell piense “yo podría haber hecho mucho más en el mismo tiempo”, y así nació la idea, que terminó convirtiéndose en la Maratón Barkley, por supuesto, utilizando para ello el mismo escenario.

Pero, ¿por qué es considerada la más difícil del mundo? La carrera consta de un circuito de 32 kilómetros que debe completarse 5 veces, totalizando 100 millas (más de 160 km), con pendientes ascendentes que totalizan casi 17.000 metros, entre la espesa vegetación que rodea el lugar, con los consecuentes cambios climáticos propios de las distintas alturas y horarios, y sin caminos delimitados, marcadores guía o ayuda, salvo por dos puestos de hidratación pero sin personas a cargo del mismo. Obviamente el uso de GPS o teléfonos celulares no está permitido, y como si todo esto no fuera poco, el corredor debe ir buscando los “puntos de control”, que son libros colgados de árboles, cuya cantidad oscila entre 9 y 11, debiendo arrancar la página correspondiente a su número de dorsal, el que cambia al finalizar cada vuelta, para demostrar que ha pasado por todos ellos al finalizar la carrera. Un dato más: el tiempo máximo para finalizarla es inflexiblemente, de 12 horas por vuelta y 60 horas en total. De hecho, en 2017 un corredor pasó la línea de la meta en 60 horas y 6 segundos, por lo que no pudo anotar su nombre en la lista de los que la completaron.
Imagínense que en más de 30 ediciones que lleva hasta 2017, el 55% de las carreras no contó con nadie que llegue a la meta, y del 45% restante, la maratón de 2012 fue la que mayor número de finishers tuvo: la extraordinaria suma de 3 corredores. En total, a lo largo de su historia, el circuito fue completado 18 veces por tan solo 15 corredores diferentes, y si tenemos en cuenta que la carrera no permite más de 40 inscriptos por edición, estimativamente un 2% de los aventureros pudo completar la hazaña.
Un detalle no menor, es que los corredores pueden recibir ayuda externa al finalizar cada vuelta, pero una vez en el recorrido, solo pueden confiar en sus compañeros atletas. También tienen permitido usar una brújula, un faro para iluminar el camino a la noche y un mapa que ellos mismos compran y completan a mano con las indicaciones que Cantrell les da 6 horas antes de la carrera, a pesar de ser de muy difícil lectura e interpretación una vez que uno se adentra en el bosque, y que perderse implica extender el recorrido de la por sí extenuante distancia, además del factor psicológico desmoralizante que esto acarrea. Para que se hagan una idea, en 2006 un corredor se perdió en el trayecto, iniciando una odisea de 32 horas hasta que apareció por sus propios medios. ¿Y qué distancia del circuito recorrió? Casi 2 millas de las 100.
Pero para el creador de la maratón, esto es algo que cumple con su objetivo. Alguna vez expresó que la mayoría de las carreras tienen como objetivo que el corredor pueda llegar, pero no es el caso de la Barkley: está diseñada para que uno fracase. ¿Oyeron alguna vez hablar de Charlie Engle? Es uno de los ultramaratonistas con más logros en el mundo. ¿El más reconocido? Más que nada por el gran valor histórico, haber cruzado el Desierto del Sahara de costa a costa africana, completando en 111 días la exorbitante distancia de 7300 km. Bueno, Charlie se anotó a la Barkley en una oportunidad, y no pudo terminar siquiera la carrera “corta” (una versión de 3 vueltas, que totaliza 60 millas).
Pero no solo carrera en sí es difícil, sino que poder inscribirse para tener el ¿privilegio? de correrla es un problema en sí mismo. No hay una dirección de correo electrónico, no se sabe la fecha exacta ni se explica cómo poder inscribirse. Lo primero es preparar un ensayo explicando por qué a uno debería permitírsele competir. Después, la parte complicada: “descubrir” dónde y cuándo enviársela a Cantrell para poder ser tenido en cuenta. Y si uno tiene la suficiente suerte, talento, o llámenlo como quieran, de ser seleccionado, recibe una nota firmada por el mismo Cantrell, en la que te da sus condolencias porque algo muy malo te espera. Y sí, ¡creo que a esta altura ya nos dimos cuenta!
Y si de algún modo mientras leían esta nota pensaron “bueno, pero son 5 vueltas, si lográs terminar 1 ya no deberías perderte en las otras 4”, las cosas no son tan simples. La carrera suele largar entre la medianoche y la mañana del sábado (el horario cambia ya que está sujeto a la decisión de Cantrell de… prender un cigarrillo. Sí, leyeron bien, cuando él lo enciende es cuando empieza). Con un máximo de 12 horas por vuelta, la primera se completa durante el día, y la otra en la noche. Y al finalizar la vuelta 2, el atleta debe girar en “U” y hacer las vueltas 3 y 4 en el sentido contrario, nuevamente de día y de noche. Y si por esas cosas uno consigue en la carrera un compañero que nos sirva de apoyo moral para avanzar juntos y lo logramos hasta la vuelta 4, al momento de completarla ambos deben tomar direcciones opuestas.
¿Otras curiosidades? En 2006, Andrew Thompson (el único en finalizar la carrera en 2009) al pasar unos 8km de su quinta vuelta, empezó a alucinar por la falta de sueño y creía que era un recogedor de basura en una zona suburbana, por lo que empezó a recoger desechos e imaginaba caminos durante 7 horas hasta que volvió en sí, abandonó la carrera y volvió a la largada. En el 2000, Blake Wood a tan solo 14 km de la meta debió volver porque las copiosas lluvias convirtieron un charco en un curso de agua turbulento que no tenía intención alguna de siquiera intentar cruzar (en 2001 logró terminarla). Un corredor sueco, antes de que la prisión Brushy Mountain State se cierre, se desvió del recorrido y terminó en la misma, y creyéndolo un posible recluso intentando escaparse, los guardias lo retuvieron hasta constatar su identidad durante tres horas. Y así podríamos seguir con las historias, que como podrán percatarse, teniendo en cuenta el contexto, la exigencia y la competencia en sí, hay muchas.
Alucinaciones, desmayos, hipotermia, raspones, lesiones y hasta huesos rotos, son efectos secundarios “normales” del desafío, con un aditivo: si te pasa a mitad de camino, no hay nadie para ayudarte, es tarea del atleta encontrar un camino para regresar. Pero bueno, todo gran esfuerzo trae aparejada su recompensa. Y si logran primeramente pasar el complicado proceso de selección, y finalmente terminar la difícilisima Maratón Barkley se llevan… ¡una gran satisfacción! No hay medallas, trofeos ni dinero. Pero si igual quieren intentarlo, la fecha suele ser a principios de abril, así que vayan escribiendo su ensayo y atentos a la página web para conseguir más datos. Y a los valientes (o locos) que se animen, ¡éxitos!
