Estamos hablando de eso. Las mujeres hoy salimos a contar las situaciones de abuso (cualquier tipo, pero sobre todo sexual) que nos ocurrieron y que, en general, marcaron nuestras vidas. Unas, peores que otras, pero ninguna menos importante.
Así y todo, somos parte de un proceso que sigue orientado a la mujer víctima que debe dejar de serlo. ¿Cómo? Denunciando, frenando, hablando, exponiendo. Yendo ella contra su abusador, buscando ella la forma de que no le vuelva a pasar. ¿Qué hay de las eventuales víctimas? Bueno, ellas tendrán que hacer lo mismo: tratar de frenarlo como puedan.
No soy profesional de la salud como para decir que el abusador es un enfermo. Leí bastante sobre el tema, pero eso se lo dejo a los que saben. De lo que sí puedo hablar es de la experiencia de haber entrevistado a personas que lo cometieron. Cómo lo hicieron, qué sintieron, qué les pasa por su cabeza hoy. Acá te cuento los casos de tres personas, tres hombres que abusaron sexualmente de alguien en la intimidad de su familia. Son historias reales, que ocurrieron en Misiones.
Franco*
Vive con su mamá. Tiene 16 años, dejó la escuela, se aburría. Prefería juntarse con sus amigos a tomar alcohol, dormir hasta tarde. Tiene hermanas más grandes, ya casadas. Su papá vive en el interior, una vez al año va a visitarlo. Un día, estaba en la cama de su mamá mirando tele, con su sobrina de 9 años. Dice que “las cosas se dieron” y la nena le practicó sexo oral. No llegó a eyacular, porque sintieron un ruido. Era su hermana, mamá de su sobrina, que entró a la habitación y llegó a ver cómo Franco se estaba poniendo de vuelta el pantalón. Al instante, entendió todo: empezó a los gritos, se llevó a su hija.
La mamá de Franco sabe lo que pasó, pero prefiere esconderlo. Primero, lo tuvo encerrado en su habitación por dos semanas y le dijo a su hija que se escapó. Como le costaba mucho ocultarlo, lo mandó al interior a vivir con su papá, quien también supo de la historia. Ninguno de los dos quiere que se lo lleven preso. Y Franco todavía no entiende bien qué hizo mal.
Dice que estaban “paveando”, que su sobrina sabía bien lo que hacía, que ella insinuó hacérselo. Él solamente aceptó. No ve nada de malo, era un juego nada más, la nena ya lo había manoseado otras veces. Le da vergüenza hablar sobre lo que pasó, pero creo que es por el tabú de contar cosas sobre su sexualidad.
Basilio*
De San Ignacio con Elsa*, su concubina. Él debe tener unos sesenta años, ella un poco más, pero está muy avejentada. Tiene problemas en las piernas, le cuesta movilizarse. Elsa tiene dos hijas y varios nietos. Él dice que nunca tuvo. Conviven hace unos pocos años.
Una de las nietas de Elsa, de 13 años, fue a vivir con ellos. La madre la mandó porque no sabía más qué hacer con ella: vivía faltando a clases, se escapaba por las noches para encontrarse con amigos y “noviecitos”. La idea era que en lo de la abuela, se encauce.
Elsa atiende un kiosco que tiene en la casa, su nieta la ayuda con eso, hace los mandados, limpia la casa. Basilio contrabandea cigarrillos y hace otras changas. Vuelve a la noche, cansado. Quiere que la cena esté lista y nunca faltan las dos (o tres) botellas de vino en la mesa.
Una noche, habían tomado mucho con Elsa. Ella se fue a dormir, ebria. Él se quedó en la mesa. La nieta de Elsa siempre se acostaba a las diez, para ir a la escuela al otro día. Eran las doce y media de la noche, se levantó para ir al baño. Cuando volvió a su pieza, Basilio la siguió. Ella estaba acostada, él se acostó sobre ella. Le tapó la boca y le dijo “Shhh… soy tu papá”. Le sacó la bombacha, le puso saliva y la penetró. Estaba tan borracho que apenas pudo mantener la erección y no llegó a eyacular. Cuando vio que no podía seguir, dejó $100 en la campera de jean de la nieta de su mujer y se fue a dormir.
Esa fue la primera y única vez, porque esa madrugada, la chica le escribió a su novio, que la vino a buscar y juntos fueron a la casa de su mamá a contarle todo.
Basilio no tiene problemas en contar lo que pasó. Ya estuvo preso una vez, por homicidio. Dice que unos meses nomás, que se ve que no encontraron muchas pruebas. Ahora, teme que lo encierren de nuevo, pero confía en que va a salir: es la palabra de la chica contra la suya.
No hace falta preguntar mucho, él da todos los detalles. Incluso cuando lo cuenta, a veces se ríe. Porque estaba “muy en pedo”, se ve que el alcohol le hizo hacer eso. En realidad, su mujer hace rato que lo rechazaba: está enferma y no quiere tener relaciones, parece que no le interesa. Y él sí quería.
Marcelo*
Vivía con su concubina. Él la amaba, pero ella prefería estar con otros. Con ellos, vivían unos mellizos, de 3 años, hijos de ambos. Y Mariela*, una nena de 13, hija de ella con una pareja anterior. Un día, su concubina se fue a Jardín América, a vivir con otro, sin previo aviso. Los mellizos quedaron a cargo de Marcelo y Mariela dijo que se quería quedar con sus hermanos. Así que la madre se fue sola y el resto de la familia siguió viviendo en Corpus.
A Mariela nunca le interesó mucho la escuela. Prefiere andar con amigos, tiene varios novios. Marcelo trata de hacerla quedarse en la casa, pero ella se escapa. Como él trabaja todo el día, no puede controlarla mucho. La directora de la escuela lo llamó varias veces, por las inasistencias de la adolescente y por su mal comportamiento.
Dice Marcelo que hace rato tenía conductas “raras”: encontró en su habitación velas con preservativos, que se ve que usaba Mariela para masturbarse. Ya corrió a varios novios de ella de la casa y le prohibió salir, pero a ella no le importa. A veces hace buena letra, porque sabe que si va a vivir con su mamá, no va a tener la libertad que tiene en la casa de su padrastro. Así que si bien no le gusta estar mucho ahí, cocina y cuida a sus hermanos.
Un día, Marcelo volvió borracho de un asado. Dice que cuando se acostó, apareció ella y se le sentó encima. Él no pudo resistirse. En realidad, le dijo unas dos veces que eso no estaba bien, pero ella seguía y él estaba borracho. Ella siempre se le ofreció, andaba en corpiño por la casa. A él no le gustaba que ella sea así, tan “promiscua”.
Pero bueno, ella era así, él no tenía más a su esposa, ella era ahora la “señora de la casa”. Así que pasó a serlo en todo sentido. Dormían juntos en la habitación de él, porque tiene cama de dos plazas. En el barrio lo ven a él como un buen tipo, trabajador. A ella, como una “loquita”. Pero es la señora de él.
Marcelo dice que su expareja los abandonó; él tuvo que hacerse cargo de los hijos que tuvieron juntos y de Mariela también, porque a la madre no le interesaba llevársela. Él sale todos los días a laburar y trae el pan a la casa. Les da todo a los tres. Mariela es rebelde, a veces no sabe qué hacer con ella, pero como no tiene adónde llevarla, deja que se quede en la casa. Le sirve porque hace las tareas del hogar y cuida a sus hermanitos. Pero es muy “putita”, no puede ser, todos la ven como una loca, le da vergüenza con los vecinos.
Un día, la madre de los chicos se los llevó de visita a Jardín América. Evidentemente, le metió cosas en la cabeza a la chica, porque fueron a la Comisaría de la Mujer a denunciarlo. Al instante lo llevaron preso; no les importó la casa, las cosas, el trabajo, nada. Esa muchacha es una desagradecida: él le dio todo, se hizo cargo de ella y mirá con lo que le salió. Eso porque la madre no sabe las cosas que él encontró en su pieza.
Marcelo busca desviar la atención del abuso contando cómo tuvo que ponerse al hombro a la familia una vez que la “prostituta” de la exmujer los dejó. Primero, dijo que fue una vez nomás que tuvieron relaciones, pero que ella quería, ella se le abalanzó y no le dio tiempo a nada. Insisto y me dice que “bueno, habrán sido dos o tres”. Al final, entiendo que era algo de todos los días y la conversación gira en torno a esa idea. Él tampoco lo niega.
Franco y Basilio están en libertad. Franco es menor, el padre se hizo cargo y en su expediente no hay muchas pruebas. En el caso de Basilio, la nieta de su mujer se bañó antes de hacer la denuncia y él no llegó a eyacular, así que no encontraron ADN de él en su cuerpo que sirviera para probar el abuso, así que está en libertad.
Marcelo está preso. Pide todo el tiempo que se averigüe en el barrio cómo era el comportamiento de Mariela, que era vista por todos como una “loquita”. Cree que probando la promiscuidad de la chica, el juez va a “entender” el abuso y lo va a soltar. Porque en realidad era cosa de ella.
¿Qué tienen en común estos tres casos?
Una terrible realidad: los abusadores no entienden lo que hicieron, y hasta sostienen que lo que pasó, es culpa de ellas. Ven esas acciones como algo normal, su víctima entendía lo que pasaba.
Hoy, dos de ellos están en libertad. Seguramente piensan que no fue tan grave el hecho, sino estarían presos. Cualquiera hoy denuncia, incluso muchas mienten. Pero la justicia no los encerró, por eso confían que sus causas van a quedar “así nomás”.
Marcelo todavía no entiende por qué está privado de su libertad.
Franco y Basilio andan por la vida convencidos de que no hicieron nada malo. Marcelo va a salir en unos años, con el mismo pensamiento. Nadie les habló jamás acerca de lo que hicieron. Nadie los hizo ir a ver a un psicólogo o a un psiquiatra. Viven así, andan así por la vida.
A veces pienso que hay casos en los que los abusadores son así porque nadie les enseñó otra cosa. Quizás sea por el entorno: en el interior de Misiones es muy común que hombres mayores de edad tengan parejas menores. Nadie dice nada, eso es algo que “es así”.
Entonces, les enseñamos a las mujeres que tienen que adoptar una posición defensiva. Les damos herramientas para que denuncien, para que cuenten su historia, para que hagan tratamientos para superarlo.
¿Y qué hacemos con los hombres?
¿Alguien les dice que lo que hicieron está mal? Para Franco, fue un juego. Basilio sabe que está mal el contrabando de cigarrillos, pero igual lo hace. Así también, con el abuso sexual. Marcelo cree que aunque sea menor, si ella quiere y encima él le da todo, no puede ser desagradecida. El juez no entiende eso y por eso sigue tras las rejas.
Celebro que las mujeres, cada vez más, nos empoderemos para superar los abusos. Es necesario poder hablarlo y no ser juzgadas por eso. Pero creo que está faltando un enfoque: hay que hacer algo para que ellos dejen de abusarnos.