Cada año, a partir del mes de noviembre, las inscripciones en los gimnasios aumentan drásticamente respecto a los meses anteriores. Sin importar el momento del día en el que pasemos frente a uno, por lo general están bastante abarrotados de pobres víctimas… del invierno.
Es que, y seamos realistas, sin importar cuánto ame uno el calor, el verano y la playa, hay una sensación de satisfacción en imaginarse un día de frío, en la tranquilidad del hogar, con una maratón de series en Netflix, tapados hasta el cuello y tomando un café caliente con chipitas y media docena de facturas. O almorzar (¡y cenar!) un abundante plato de pastas. Nada de ensaladas, nada de salir de casa, nada de ejercicios.
Existen distintas teorías que seguramente todos hemos escuchado. “Las bajas temperaturas exigen una mayor ingesta de alimentos para poder mantener el cuerpo caliente”, “el metabolismo se desacelera por el frío haciendo que uno tenga menos ganas de hacer cosas y procesa todo más lento” o “en invierno uno tiene más hambre”. Pero remitámonos a los estudios científicos: ¿qué es cierto y qué no?
En la prestigiosa Universidad de Cambridge se realizó un estudio en el que se midió el consumo calórico de 10 mujeres que debían pasar 24 horas a 28 grados y luego 24 horas a 22 grados, y unos años después, en Holanda se realizó un estudio similar (pero con 22 y 15 grados, medidos en 2 estaciones del año: verano e invierno). Ambos concluyeron, en forma coincidente, que el consumo de calorías fue mayor mientras más frío hacía, pero el segundo estudio agregó otro resultado novedoso: en invierno, se gastaban aún más calorías a pesar de compararlo con la misma temperatura pero en verano.
La conclusión entonces, es que mientras más frío hace, más calorías consume naturalmente nuestro cuerpo (y por ende, necesitaríamos ingerir más alimentos). Pero no nos mintamos más: nadie se pasa el día a la intemperie, sin abrigo, y soportando el frío como para usar este motivo para justificarlo. Si en la calle hay 12 grados de temperatura, pero estamos en casa, con calefacción y abrigados, no existe tal consumo calórico que justifique esa porción de torta de chocolate. Si la vas a degustar, hacelo con ganas y porque la deseás, y no porque “si no como, voy a morir de hipotermia porque mi cuerpo no va a generar suficiente calor”.
Y relacionado a este tema, no hay que dejar de hablar de la termogénesis, que es el proceso por el cual la temperatura corporal sube cuando comemos, y se debe principalmente, al calor generado cuando nuestro organismo hace la digestión. Entonces, para sentirnos calentitos, nos damos un atracón. Pero como ya dijimos más arriba, si la temperatura del cuerpo baja porque hace frío, la solución también puede ser abrigarse. Y si estamos en un lugar cálido, el atracón no es excusa. Si vamos a comer de más, que sea porque nos hace felices. ¡Para cuándo la vida!
Respecto al ejercicio, hay estudios que son, por lo menos, desalentadores. Experimentos realizados en ciclistas y nadadores, que realizaban su actividad con distintas temperaturas del ambiente o del agua, demostraron que la quema de grasas para el organismo es más fácil cuando el ambiente en el que se realiza es más cálido. La explicación científica es bastante complicada (algo sobre la vasoconstricción), pero lo que nos importa es la conclusión. Y no, no es lo que queríamos.
Finalmente, en cuando al último mito, en nuestro cuerpo circula una sustancia que se llama “serotonina”, que se relaciona con nuestro estado de ánimo y humor. Las comidas con alto contenido de carbohidratos (como azúcar, harinas o pastas), aumentan los niveles de serotonina en nuestro organismo, y mientras más altos son, mejor se siente. Todos hemos visto (o pasado) alguna escena en la que el helado es la solución a la depresión post ruptura o que una pizza es la mejor forma de terminar un día agitado, y ahora entienden por qué.
Pero, ¿cómo se relaciona con el invierno? Mientras mayor es el frío y más cortos los días, más le cuesta a la serotonina transitar por las células. Entonces, ¿cuál es la solución para ser un poco más feliz? Comer.
Como sumario final, podemos decir que no hay motivos que nos exijan consumir más para pasar el invierno. Hay otros estudios que dicen que el hambre que sentimos en invierno, proviene de un gen que quedó en nuestro cuerpo de nuestros antepasados prehistóricos, en los que necesitaban mayor almacenamiento de grasas porque había menos cantidad de alimentos disponibles en su ecosistema, pero eso se traduce en sensaciones, no en necesidades reales (en 2018, el supermercado está abierto casi siempre, no necesitamos almacenar nada).
Así que ya saben, no hay estudios científicos que nos exijan comer más en invierno que en el resto del año. Hay que hacerse cargo, y aceptar que si subimos de peso, es todo culpa de la serotonina y nuestra constante búsqueda de la felicidad (?). ¡Nos vemos todos en noviembre en el gym!